Diana

          Diana

En la llamada del libro

Estaba tu letra adolescente

Esa de caracteres redondeados

Y pulso verde.

Rememoré tus ojos armenios

Grandes avellanas de luz entre follajes,

Y la sonrisa, por supuesto,

Adjetiva en sí misma,

Y tu nombre de diosa griega

Toda esa fuerza ancestral

Frente a mi indefensa melancolía porteña

O portuaria.

 

La memoria me alcanzó

Trozos de tardes

Como náufragos,

Palabras destruidas

En la tierra de mi persona

Brotando como costumbres o creencias

Sin asidero.

 

Las calles de Caballito

Me parecieron largas cintas de seda

Transitadas por el amarillo Peugeot

Hacia los versos de Machado,

Las secretas confesiones en El Cóndor,

La música imperdonable de Vivaldi,

La sangre en las calles,

En nuestro corazón

El fuego.

 

La memoria me arrebató

El instante para siempre

Y sepultados paraísos

Se derramaron sobre la mesa

Desierta

Como bulbos de invierno.

 

La desabrida calma de la supervivencia

Fue envidiando tus jóvenes años

Envueltos en la sentina de la muerte

Quién sabe hacia qué orillas.

 

Y comprendí.

La vida no es el tiempo.

 

M R Meléndez

1 pensamiento sobre “Diana”

  1. Cuántas voces, Marita! Yo recuerdo tu risa y tu mirada cómplice cuando en la clase alguien hablaba de Dios o de la iglesia, o -peor!!- de los ateos… y vos te dabas vuelta con ojos de loca y nosotras sabíamos de qué estabas hablando.
    Sabés? Tengo todas tus cartas. Todas, incluso la primera, la que me escribiste una vez que discutimos. Te acordás?
    Qué ganas de verte, amiga lejana.
    Nora

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